Hacia 1890, año de la primera huelga general en la historia de Chile -la “huelga grande”
de Tarapacá, Antofagasta y Valparaíso- el movimiento popular ya había iniciado un
proceso de transición, que los acontecimientos de ese año pusieron de relieve2.
Hasta entonces la columna vertebral del movimiento de los trabajadores había estado
conformada por artesanos y obreros urbanos calificados. Los carpinteros, ebanistas, sastres,
zapateros, cigarreros y tipógrafos constituyeron la vanguardia social popular. Sus
reivindicaciones más persistentes fueron, a lo largo de todo el siglo: el proteccionismo a la
de Tarapacá, Antofagasta y Valparaíso- el movimiento popular ya había iniciado un
proceso de transición, que los acontecimientos de ese año pusieron de relieve2.
Hasta entonces la columna vertebral del movimiento de los trabajadores había estado
conformada por artesanos y obreros urbanos calificados. Los carpinteros, ebanistas, sastres,
zapateros, cigarreros y tipógrafos constituyeron la vanguardia social popular. Sus
reivindicaciones más persistentes fueron, a lo largo de todo el siglo: el proteccionismo a la
“industria nacional” y la reforma o abolición del servicio militar en la Guardia Nacional,
que pesaba exclusivamente sobre los trabajadores. Las organizaciones sociales en las que se
aglutinaba este movimiento eran: las mutuales, cooperativas, sociedades filarmónicas de
obreros, cajas de ahorro, escuelas de artesanos y otras que venían desarrollándose desde
mediados de siglo, como expresión del proyecto de “regeneración del pueblo” preconizado
por los igualitarios en 1850 y por las generaciones posteriores de militantes populares. Un
ideario de progreso, ilustración, mejoramiento material, intelectual y moral de los
trabajadores a través de la práctica del socorro mutuo, la educación, el ahorro, las
diversiones sanas e ilustradas, era el elemento central del ethos colectivo del movimiento
popular organizado. Y en el plano político, la adhesión inicial a los ideales del liberalismo
había dado paulatinamente paso a una corriente sui generis de liberalismo popular, que
progresivamente había tendido a distinguirse y luego a separarse del liberalismo de las
elites dirigentes. La vía de las reformas graduales, que apuntaba a la transformación del
régimen liberal en sistema democrático, aprovechando las libertades existentes para
ponerlas al servicio de los intereses de los trabajadores, llevó a los militantes populares a
romper con el liberalismo ”de frac y corbata” y a organizar en 1887 una representación
política independiente: el Partido Democrático.
Pero este movimiento vivía, como hemos señalado, una etapa de transición. Desde
comienzos de los años ochenta despuntaban una serie de elementos nuevos que estaban
relacionados con el paso desde una economía tradicional, en muchos aspectos
precapitalista, a la era del capitalismo industrial. Las huelgas y protestas en el norte
salitrero y en los principales centros urbanos habían proliferado emergiendo con fuerza
reivindicaciones típicamente obreras, como las relativas a salarios y condiciones de trabajo.
Un reflejo en el plano organizativo de esta evolución del movimiento popular, desde una
política de “cooperación” hacia una de confrontación, fue la afirmación de las funciones
sindicales, esto es, reivindicativas, de las mutuales (especialmente en las de tipógrafos), y la
aparición -desde los años setenta- de las primeras estructuras de índole protosindical,
coordinaciones de huelga que actuaban junto o al lado de las sociedades de socorros
mutuos, en los conflictos laborales. En el ámbito político, la corriente liberal popular
evolucionaba decididamente hacia una mayor diferenciación con el liberalismo de las elites,
primero, y luego hacia la ruptura, expresada, finalmente, en la fundación del Partido
Democrático a fines de 18873.
La huelga general de 1890 fue un punto de quiebre, una fractura histórica de
considerable magnitud en el seno del movimiento popular, a la vez que un hito simbólico
que brinda un excelente punto de observación de los procesos que se encontraban en curso.
La “huelga grande” de 1890 marcó -de manera sangrienta- la entrada en la escena social de
la moderna clase obrera, en vías de formación en las explotaciones mineras, los puertos y la
industria fabril. Esta huelga permite apreciar el creciente protagonismo de los mineros,
que pesaba exclusivamente sobre los trabajadores. Las organizaciones sociales en las que se
aglutinaba este movimiento eran: las mutuales, cooperativas, sociedades filarmónicas de
obreros, cajas de ahorro, escuelas de artesanos y otras que venían desarrollándose desde
mediados de siglo, como expresión del proyecto de “regeneración del pueblo” preconizado
por los igualitarios en 1850 y por las generaciones posteriores de militantes populares. Un
ideario de progreso, ilustración, mejoramiento material, intelectual y moral de los
trabajadores a través de la práctica del socorro mutuo, la educación, el ahorro, las
diversiones sanas e ilustradas, era el elemento central del ethos colectivo del movimiento
popular organizado. Y en el plano político, la adhesión inicial a los ideales del liberalismo
había dado paulatinamente paso a una corriente sui generis de liberalismo popular, que
progresivamente había tendido a distinguirse y luego a separarse del liberalismo de las
elites dirigentes. La vía de las reformas graduales, que apuntaba a la transformación del
régimen liberal en sistema democrático, aprovechando las libertades existentes para
ponerlas al servicio de los intereses de los trabajadores, llevó a los militantes populares a
romper con el liberalismo ”de frac y corbata” y a organizar en 1887 una representación
política independiente: el Partido Democrático.
Pero este movimiento vivía, como hemos señalado, una etapa de transición. Desde
comienzos de los años ochenta despuntaban una serie de elementos nuevos que estaban
relacionados con el paso desde una economía tradicional, en muchos aspectos
precapitalista, a la era del capitalismo industrial. Las huelgas y protestas en el norte
salitrero y en los principales centros urbanos habían proliferado emergiendo con fuerza
reivindicaciones típicamente obreras, como las relativas a salarios y condiciones de trabajo.
Un reflejo en el plano organizativo de esta evolución del movimiento popular, desde una
política de “cooperación” hacia una de confrontación, fue la afirmación de las funciones
sindicales, esto es, reivindicativas, de las mutuales (especialmente en las de tipógrafos), y la
aparición -desde los años setenta- de las primeras estructuras de índole protosindical,
coordinaciones de huelga que actuaban junto o al lado de las sociedades de socorros
mutuos, en los conflictos laborales. En el ámbito político, la corriente liberal popular
evolucionaba decididamente hacia una mayor diferenciación con el liberalismo de las elites,
primero, y luego hacia la ruptura, expresada, finalmente, en la fundación del Partido
Democrático a fines de 18873.
La huelga general de 1890 fue un punto de quiebre, una fractura histórica de
considerable magnitud en el seno del movimiento popular, a la vez que un hito simbólico
que brinda un excelente punto de observación de los procesos que se encontraban en curso.
La “huelga grande” de 1890 marcó -de manera sangrienta- la entrada en la escena social de
la moderna clase obrera, en vías de formación en las explotaciones mineras, los puertos y la
industria fabril. Esta huelga permite apreciar el creciente protagonismo de los mineros,
de vanguardia que irían ocupando
progresivamente desde esa época.
Pero la sustitución de los liderazgos fue lenta, no sólo porque los antiguos sujetos
protagónicos no desertaron pura y simplemente de la lucha social sino, también, porque los
nuevos actores vivían una etapa transicional. La transformación del peonaje colonial en
proletariado aun no había terminado y la persistencia de relaciones laborales con fuertes
resabios precapitalistas (pago en fichas-salario, regalías, castigos físicos) y la mentalidad
que ello engendraba, tanto en los patrones como en los trabajadores, son claros indicios de
que la metamorfosis del peonaje en proletariado no había concluido. Cierta ambigüedad
caracterizaría durante todo un período a la vanguardia emergente: el espontaneísmo, el
“primitivismo” de sus protestas, los métodos premodernos de lucha persistirían durante
algunos años (la huelga general de 1890 tuvo bastante de esto), pero el propio desarrollo del
modo de producción capitalista, el avance de las ideologías de reforma y redención social
en el seno de las clases laboriosas, y los esfuerzos conjugados de la elite y del Estado,
aceleraron la mutación cultural de los trabajadores proletarizándolos, alejándolos de su
origen peonal.
Un resultado de estas transformaciones fue la adopción por parte del nuevo actor –el
proletariado- de algunos de los ideales y de las formas de organización y lucha de la antigua
vanguardia, cuestión sobre la que volveremos al examinar la situación del movimiento
obrero y popular en la época de la “huelga grande” tarapaqueña de 1907.
En la huelga de 1890, por último, los fenómenos de desencuentro entre la vieja
vanguardia y la emergente avanzada social proletaria, también tuvieron su correlato en el
plano político. El Partido Democrático no impulsó el movimiento ni intentó darle
conducción; se desligó de la violencia de los huelguistas, guardó silencio y se limitó a pedir
al Presidente de la República la adopción de medidas para aliviar la angustiosa situación
económica por la que atravesaban los sectores populares. El Partido Democrático
representaba prioritariamente a los obreros y artesanos urbanos calificados y a algunos
estratos de la intelectualidad de las capas medias; su presencia entre los mineros, obreros
fabriles y portuarios todavía era ínfima o nula. En su programa se refleja una ausencia casi
total de reivindicaciones propiamente proletarias como las relativas a salarios y condiciones
laborales. El desencuentro entre los demócratas y los huelguistas de julio correspondía
también a la estrategia de incorporación del joven partido al juego político institucional. La
huelga general de 1890, puso de manifiesto el desface entre la organización política de
vanguardia de la vieja columna vertebral del movimiento popular y los nuevos actores -
proletarios- emergentes.
El período que medió entre esta primera huelga general y la de 1907, profundizó y
matizó algunos de estos fenómenos y provocó el surgimiento de otros.
progresivamente desde esa época.
Pero la sustitución de los liderazgos fue lenta, no sólo porque los antiguos sujetos
protagónicos no desertaron pura y simplemente de la lucha social sino, también, porque los
nuevos actores vivían una etapa transicional. La transformación del peonaje colonial en
proletariado aun no había terminado y la persistencia de relaciones laborales con fuertes
resabios precapitalistas (pago en fichas-salario, regalías, castigos físicos) y la mentalidad
que ello engendraba, tanto en los patrones como en los trabajadores, son claros indicios de
que la metamorfosis del peonaje en proletariado no había concluido. Cierta ambigüedad
caracterizaría durante todo un período a la vanguardia emergente: el espontaneísmo, el
“primitivismo” de sus protestas, los métodos premodernos de lucha persistirían durante
algunos años (la huelga general de 1890 tuvo bastante de esto), pero el propio desarrollo del
modo de producción capitalista, el avance de las ideologías de reforma y redención social
en el seno de las clases laboriosas, y los esfuerzos conjugados de la elite y del Estado,
aceleraron la mutación cultural de los trabajadores proletarizándolos, alejándolos de su
origen peonal.
Un resultado de estas transformaciones fue la adopción por parte del nuevo actor –el
proletariado- de algunos de los ideales y de las formas de organización y lucha de la antigua
vanguardia, cuestión sobre la que volveremos al examinar la situación del movimiento
obrero y popular en la época de la “huelga grande” tarapaqueña de 1907.
En la huelga de 1890, por último, los fenómenos de desencuentro entre la vieja
vanguardia y la emergente avanzada social proletaria, también tuvieron su correlato en el
plano político. El Partido Democrático no impulsó el movimiento ni intentó darle
conducción; se desligó de la violencia de los huelguistas, guardó silencio y se limitó a pedir
al Presidente de la República la adopción de medidas para aliviar la angustiosa situación
económica por la que atravesaban los sectores populares. El Partido Democrático
representaba prioritariamente a los obreros y artesanos urbanos calificados y a algunos
estratos de la intelectualidad de las capas medias; su presencia entre los mineros, obreros
fabriles y portuarios todavía era ínfima o nula. En su programa se refleja una ausencia casi
total de reivindicaciones propiamente proletarias como las relativas a salarios y condiciones
laborales. El desencuentro entre los demócratas y los huelguistas de julio correspondía
también a la estrategia de incorporación del joven partido al juego político institucional. La
huelga general de 1890, puso de manifiesto el desface entre la organización política de
vanguardia de la vieja columna vertebral del movimiento popular y los nuevos actores -
proletarios- emergentes.
El período que medió entre esta primera huelga general y la de 1907, profundizó y
matizó algunos de estos fenómenos y provocó el surgimiento de otros.
EL MOVIMIENTO OBRERO Y POPULAR HACIA 1907
En grandes rasgos podríamos señalar la consolidación de la nueva vanguardia social
(obrera) y de sus reivindicaciones específicas (salariales y laborales). Asociado a este
fenómeno había surgido desde el cambio de siglo como primeras formas de organización
sindical, las sociedades de (o en) resistencia, animadas por militantes anarquistas. Hacia la
misma época nacieron las mancomunales como entidades que tendieron a combinar la
actividad reivindicativa o sindical con aquéllas más tradicionales de tipo mutualista y de
(obrera) y de sus reivindicaciones específicas (salariales y laborales). Asociado a este
fenómeno había surgido desde el cambio de siglo como primeras formas de organización
sindical, las sociedades de (o en) resistencia, animadas por militantes anarquistas. Hacia la
misma época nacieron las mancomunales como entidades que tendieron a combinar la
actividad reivindicativa o sindical con aquéllas más tradicionales de tipo mutualista y de
educación y recreación popular. En realidad, el fenómeno mancomunal era la expresión de
cierta indiferenciación de funciones en el seno de muchas organizaciones sociales. Las
fronteras entre el sindicalismo y el mutualismo no eran netas: las mutuales siempre habían
impulsado movimientos reivindicativos de los trabajadores, especialmente desde la década
de 1870, en gremios como los tipógrafos y cigarreros. El fenómeno se acentuó de tal
manera que durante los primeros años del siglo XX, en ciertas ciudades las sociedades de
socorros mutuos o sus instancias de coordinación, seguían siendo las organizaciones más
aptas para convocar al conjunto del pueblo llano a movilizaciones para defender sus
intereses. Fue el Congreso Social Obrero -conglomerado de mutuales- quien convocó a la
“huelga de la carne” en Santiago en octubre de 1905 e hizo, a comienzos de 1908, un
llamado a la huelga general para protestar por la masacre de la escuela Santa María. La
mutualidad no era ajena, por lo visto, a la protesta y a la reivindicación social. Aparte de la
imbricación de funciones, también contribuía a oscurecer la línea de demarcación entre el
mutualismo y el naciente sindicalismo el cambio de perfil de algunas organizaciones. El
ejemplo más claro por esos años fue el de la Federación Obrera de Chile (FOCH), creada en
1908 como una mutual de los obreros ferroviarios, pero que terminó convertida en un
organismo nucleador de las entidades sindicales bajo influencia del Partido Obrero
Socialista (POS), fundado en 1912 por Luis Emilio Recabarren4.
En general, hacia la época de la “huelga grande” de 1907 no puede hablarse de
“reemplazo” o “sustitución” de un tipo de asociación por otras, sino de una mayor variedad
de organizaciones sociales populares. A las antiguas instituciones (mutuales, filarmónicas
de obreros, escuelas nocturnas de artesanos, cajas de ahorro, cooperativas, logias de
temperancia), se sobreponen las nuevas (sociedades en resistencia, mancomunales, ateneos
obreros, centros de estudios sociales, etc.), haciendo más variado y complejo el panorama
del societarismo de las clases laboriosas.
Pero, más allá de lo organizativo y de las funciones asumidas por las agrupaciones
populares, conviene subrayar el creciente protagonismo obrero y la mayor importancia que
van cobrando las doctrinas de redención social como el anarquismo y el socialismo. En el
fondo, las mutuaciones políticas, culturales e ideológicas en el seno del movimiento obrero
y popular, hacia 1907 ya habían provocado un cambio de su ethos colectivo. Si hasta fines
del siglo XIX, la cultura, el proyecto y el ethos colectivo del movimiento popular organizado
podía sintetizarse en la aspiración a la “regeneración del pueblo”, hacia la época del baño
de sangre de la escuela Santa María, el movimiento obrero ya enarbolaba la consigna más
radical de “la emancipación de los trabajadores”. En el plano directamente político, la
evolución había sido muy compleja y contradictoria, ya que la ruptura inicial con el
liberalismo oficial que había representado la fundación del Partido Democrático, se había
visto matizada pocos años más tarde por su plena cooptación por el sistema parlamentarista
a través del ingreso de los demócratas a la Alianza Liberal en 1896. La situación del Partido
Democrático se había hecho aún más compleja ya que en contraposición en su
incorporación al juego político de la Republica Parlamentaria, habían surgido en su seno
tendencias más radicales (socializantes y anarquizantes), que eran la expresión del
descontento de una significativa fracción de la base, base social que se había desarrollado
diversificándose incorporando a mayores contingentes proletarios. Y, aunque las fronteras
entre las tendencias anarquistas y socialistas fuera del propio Partido Democrático tampoco
eran claras hacia el cambio de siglo, al cabo de los diecisiete años transcurridos entre 1890
cierta indiferenciación de funciones en el seno de muchas organizaciones sociales. Las
fronteras entre el sindicalismo y el mutualismo no eran netas: las mutuales siempre habían
impulsado movimientos reivindicativos de los trabajadores, especialmente desde la década
de 1870, en gremios como los tipógrafos y cigarreros. El fenómeno se acentuó de tal
manera que durante los primeros años del siglo XX, en ciertas ciudades las sociedades de
socorros mutuos o sus instancias de coordinación, seguían siendo las organizaciones más
aptas para convocar al conjunto del pueblo llano a movilizaciones para defender sus
intereses. Fue el Congreso Social Obrero -conglomerado de mutuales- quien convocó a la
“huelga de la carne” en Santiago en octubre de 1905 e hizo, a comienzos de 1908, un
llamado a la huelga general para protestar por la masacre de la escuela Santa María. La
mutualidad no era ajena, por lo visto, a la protesta y a la reivindicación social. Aparte de la
imbricación de funciones, también contribuía a oscurecer la línea de demarcación entre el
mutualismo y el naciente sindicalismo el cambio de perfil de algunas organizaciones. El
ejemplo más claro por esos años fue el de la Federación Obrera de Chile (FOCH), creada en
1908 como una mutual de los obreros ferroviarios, pero que terminó convertida en un
organismo nucleador de las entidades sindicales bajo influencia del Partido Obrero
Socialista (POS), fundado en 1912 por Luis Emilio Recabarren4.
En general, hacia la época de la “huelga grande” de 1907 no puede hablarse de
“reemplazo” o “sustitución” de un tipo de asociación por otras, sino de una mayor variedad
de organizaciones sociales populares. A las antiguas instituciones (mutuales, filarmónicas
de obreros, escuelas nocturnas de artesanos, cajas de ahorro, cooperativas, logias de
temperancia), se sobreponen las nuevas (sociedades en resistencia, mancomunales, ateneos
obreros, centros de estudios sociales, etc.), haciendo más variado y complejo el panorama
del societarismo de las clases laboriosas.
Pero, más allá de lo organizativo y de las funciones asumidas por las agrupaciones
populares, conviene subrayar el creciente protagonismo obrero y la mayor importancia que
van cobrando las doctrinas de redención social como el anarquismo y el socialismo. En el
fondo, las mutuaciones políticas, culturales e ideológicas en el seno del movimiento obrero
y popular, hacia 1907 ya habían provocado un cambio de su ethos colectivo. Si hasta fines
del siglo XIX, la cultura, el proyecto y el ethos colectivo del movimiento popular organizado
podía sintetizarse en la aspiración a la “regeneración del pueblo”, hacia la época del baño
de sangre de la escuela Santa María, el movimiento obrero ya enarbolaba la consigna más
radical de “la emancipación de los trabajadores”. En el plano directamente político, la
evolución había sido muy compleja y contradictoria, ya que la ruptura inicial con el
liberalismo oficial que había representado la fundación del Partido Democrático, se había
visto matizada pocos años más tarde por su plena cooptación por el sistema parlamentarista
a través del ingreso de los demócratas a la Alianza Liberal en 1896. La situación del Partido
Democrático se había hecho aún más compleja ya que en contraposición en su
incorporación al juego político de la Republica Parlamentaria, habían surgido en su seno
tendencias más radicales (socializantes y anarquizantes), que eran la expresión del
descontento de una significativa fracción de la base, base social que se había desarrollado
diversificándose incorporando a mayores contingentes proletarios. Y, aunque las fronteras
entre las tendencias anarquistas y socialistas fuera del propio Partido Democrático tampoco
eran claras hacia el cambio de siglo, al cabo de los diecisiete años transcurridos entre 1890
y 1907, puede hablarse globalmente de una inclinación hacia la “izquierda” del movimiento
popular. Cuando se produjo el holocausto de la escuela Santa María este proceso no había
terminado, ya que un hito importante ocurriría, como ya lo indicamos, pocos años después
al fundarse el Partido Obrero Socialista.
Los elementos señalados, tanto en el plano de las organizaciones sociales como
políticas del mundo popular, nos indican que los procesos se encontraban a medio camino.
Tal vez porque la propia transición laboral no había concluido, como lo prueba la gran
coincidencia entre las principales reivindicaciones levantadas por los huelguistas de 1890 y
de 1907: término de la ficha-salario y de los abusos cometidos en las pulperías de las
oficinas salitreras, exigencia de pago de sus remuneraciones en plata o en billetes no
desvalorizados, demanda de seguridad laboral en las faenas para evitar los accidentes del
trabajo, especialmente en los cachuchos, establecimiento de escuelas, etcétera5.
La persistencia de las mismas reivindicaciones arroja luces acerca de la lentitud con que
la elite tomó conciencia y reaccionó frente a la “cuestión social”. Si bien se percibía un
mayor reconocimiento de la existencia de problemas sociales y se habían adoptado algunas
tímidas medidas como el voto de la Ley de Habitaciones Obreras y la creación de la Oficina
del Trabajo, ambas en 1906; en general prevaleció el endurecimiento y la respuesta
represiva frente a las demandas de los trabajadores: la huelga portuaria de Valparaíso
(1903), la “huelga de la carne” de Santiago (1905), la huelga general de Antofagasta (1906)
y la “huelga grande” de Tarapacá (1907), fueron ahogadas en sangre por la policía y las
Fuerzas Armadas. La mayor severidad de la represión era otro elemento diferenciador con
la situación anterior a 1890, que también acarrearía cambios en el perfil del movimiento
obrero y popular.
popular. Cuando se produjo el holocausto de la escuela Santa María este proceso no había
terminado, ya que un hito importante ocurriría, como ya lo indicamos, pocos años después
al fundarse el Partido Obrero Socialista.
Los elementos señalados, tanto en el plano de las organizaciones sociales como
políticas del mundo popular, nos indican que los procesos se encontraban a medio camino.
Tal vez porque la propia transición laboral no había concluido, como lo prueba la gran
coincidencia entre las principales reivindicaciones levantadas por los huelguistas de 1890 y
de 1907: término de la ficha-salario y de los abusos cometidos en las pulperías de las
oficinas salitreras, exigencia de pago de sus remuneraciones en plata o en billetes no
desvalorizados, demanda de seguridad laboral en las faenas para evitar los accidentes del
trabajo, especialmente en los cachuchos, establecimiento de escuelas, etcétera5.
La persistencia de las mismas reivindicaciones arroja luces acerca de la lentitud con que
la elite tomó conciencia y reaccionó frente a la “cuestión social”. Si bien se percibía un
mayor reconocimiento de la existencia de problemas sociales y se habían adoptado algunas
tímidas medidas como el voto de la Ley de Habitaciones Obreras y la creación de la Oficina
del Trabajo, ambas en 1906; en general prevaleció el endurecimiento y la respuesta
represiva frente a las demandas de los trabajadores: la huelga portuaria de Valparaíso
(1903), la “huelga de la carne” de Santiago (1905), la huelga general de Antofagasta (1906)
y la “huelga grande” de Tarapacá (1907), fueron ahogadas en sangre por la policía y las
Fuerzas Armadas. La mayor severidad de la represión era otro elemento diferenciador con
la situación anterior a 1890, que también acarrearía cambios en el perfil del movimiento
obrero y popular.
Entre la huelga general de 1890 y la de 1907, las transformaciones sufridas por el
movimiento popular eran importantes. La emergencia de una nueva vanguardia (obrera) y
de nuevas reivindicaciones y organizaciones populares se había visto acompañada de una
diversificación de la representación política de estos sectores, tanto por la aparición de la
corriente anarquista como por la manifestación de tendencias socialistas dentro y fuera del
Partido Democrático. La mutación del ethos colectivo del movimiento tenía mucho de
sincretismo, de mezcla de lo viejo con lo nuevo: la lucha por “la emancipación de los
trabajadores” recogía del ideario de la “regeneración del pueblo” su prédica moralizadora,
el racionalismo, la confianza en el progreso y la civilización, el proyecto de ilustración.
Eduardo Devés tiene razón al hablar de una “cultura obrera ilustrada” en tiempos del
Centenario6, pero me parece necesario subrayar los evidentes puntos de continuidad con la
cultura societaria popular del siglo XIX. La idealización de la ciencia y de la técnica, el
carácter eminentemente urbano y legalista del movimiento, el uso de la prensa como arma
movimiento popular eran importantes. La emergencia de una nueva vanguardia (obrera) y
de nuevas reivindicaciones y organizaciones populares se había visto acompañada de una
diversificación de la representación política de estos sectores, tanto por la aparición de la
corriente anarquista como por la manifestación de tendencias socialistas dentro y fuera del
Partido Democrático. La mutación del ethos colectivo del movimiento tenía mucho de
sincretismo, de mezcla de lo viejo con lo nuevo: la lucha por “la emancipación de los
trabajadores” recogía del ideario de la “regeneración del pueblo” su prédica moralizadora,
el racionalismo, la confianza en el progreso y la civilización, el proyecto de ilustración.
Eduardo Devés tiene razón al hablar de una “cultura obrera ilustrada” en tiempos del
Centenario6, pero me parece necesario subrayar los evidentes puntos de continuidad con la
cultura societaria popular del siglo XIX. La idealización de la ciencia y de la técnica, el
carácter eminentemente urbano y legalista del movimiento, el uso de la prensa como arma
privilegiada eran elementos característicos que habían estado presentes a lo largo de toda la
segunda mitad de la centuria decimonónica. Tal vez las principales diferencias con la
cultura y el ethos colectivo del movimiento simbolizado en la consigna de la “regeneración
del pueblo” eran, hacia fines de 1907, un mayor radicalismo como expresión de una
conciencia más nítida entre los trabajadores acerca de la oposición entre el trabajo y el
capital, y un mayor misticismo que las masacres de 1890, 1903, 1905, 1906 y la propia
carnicería de la escuela Santa María de Iquique contribuyeron a desarrollar.
Mi colofón quedará inconcluso porque persisten algunas interrogantes que la
historiografía debería responder: ¿cuál es el carácter del proyecto que animaba a la
vanguardia obrera y popular hacia 1907? Pregunta que tendríamos que tratar de contestar
situándonos más allá del discurso revolucionario de socialistas y anarquistas, del
radicalismo verbal de los lideres proletarios de la época. ¿Se trataba de un plan
revolucionario, antisistémico, de ruptura con el orden capitalista? O por el contrario, ¿era
simplemente un proyecto portador de reivindicaciones esenciales como mayor justicia
social y un trato más digno?, proyecto, a fin de cuentas, infrasistémico, de integración al
sistema, de conquistas graduales destinadas a democratizarlo.
En contrapunto o matiz con lo anterior podríamos plantear un segundo nivel de
interrogantes: aun tratándose de una aspiración de incorporación al sistema, aun cuando los
objetos populares fuesen limitados, ¿la cerrada negativa de la clase dominante no convertía
u obligaba a este movimiento a ser revolucionario, al no tener otra alternativa en el cuadro
del Estado oligárquico?
Pienso que las respuestas a estas dudas no tienen que ver solamente con las
características del movimiento obrero y popular de comienzos del siglo XX sino, también,
con otros momentos claves de nuestra historia más reciente como fueron la transición del
sindicalismo “libre” al sindicalismo legal, que se verificó entre 1925 y 1935, y toda la
evolución posterior de la izquierda chilena y del movimiento popular.
Y en sentido inverso, el estudio de otras situaciones históricas claves, como su posición
frente a la legislación social, y los desencuentros y desgarramientos que se manifestaron
cuando este movimiento se propuso -hacia fines de los sesenta y comienzos de los setentacomo
tarea práctica, inmediata, “tomarse el cielo por asalto”, esto es: conquistar el poder;
pueden ayudar a desentreñar las características y tendencias más profundas del movimiento
popular de la época de la masacre de la escuela Santa María.
segunda mitad de la centuria decimonónica. Tal vez las principales diferencias con la
cultura y el ethos colectivo del movimiento simbolizado en la consigna de la “regeneración
del pueblo” eran, hacia fines de 1907, un mayor radicalismo como expresión de una
conciencia más nítida entre los trabajadores acerca de la oposición entre el trabajo y el
capital, y un mayor misticismo que las masacres de 1890, 1903, 1905, 1906 y la propia
carnicería de la escuela Santa María de Iquique contribuyeron a desarrollar.
Mi colofón quedará inconcluso porque persisten algunas interrogantes que la
historiografía debería responder: ¿cuál es el carácter del proyecto que animaba a la
vanguardia obrera y popular hacia 1907? Pregunta que tendríamos que tratar de contestar
situándonos más allá del discurso revolucionario de socialistas y anarquistas, del
radicalismo verbal de los lideres proletarios de la época. ¿Se trataba de un plan
revolucionario, antisistémico, de ruptura con el orden capitalista? O por el contrario, ¿era
simplemente un proyecto portador de reivindicaciones esenciales como mayor justicia
social y un trato más digno?, proyecto, a fin de cuentas, infrasistémico, de integración al
sistema, de conquistas graduales destinadas a democratizarlo.
En contrapunto o matiz con lo anterior podríamos plantear un segundo nivel de
interrogantes: aun tratándose de una aspiración de incorporación al sistema, aun cuando los
objetos populares fuesen limitados, ¿la cerrada negativa de la clase dominante no convertía
u obligaba a este movimiento a ser revolucionario, al no tener otra alternativa en el cuadro
del Estado oligárquico?
Pienso que las respuestas a estas dudas no tienen que ver solamente con las
características del movimiento obrero y popular de comienzos del siglo XX sino, también,
con otros momentos claves de nuestra historia más reciente como fueron la transición del
sindicalismo “libre” al sindicalismo legal, que se verificó entre 1925 y 1935, y toda la
evolución posterior de la izquierda chilena y del movimiento popular.
Y en sentido inverso, el estudio de otras situaciones históricas claves, como su posición
frente a la legislación social, y los desencuentros y desgarramientos que se manifestaron
cuando este movimiento se propuso -hacia fines de los sesenta y comienzos de los setentacomo
tarea práctica, inmediata, “tomarse el cielo por asalto”, esto es: conquistar el poder;
pueden ayudar a desentreñar las características y tendencias más profundas del movimiento
popular de la época de la masacre de la escuela Santa María.
Huelga portuaria de Valparaíso
La huelga portuaria de 1903 en Valparaíso anticipó los niveles de violencia y represión que tendrían movilizaciones sociales posteriores
Huelga de la carne
Huelga de la carne
La reacción popular ante el aumento del impuesto a la carne proveniente de Argentina, provocó el primer desborde social violento en la capital, puesto que la ausencia de la guarnición militar de Santiago dejó la ciudad a merced de los manifestantes durante dos días.
Masacre de la escuela santa maria de iquique.
Los sucesos que culminaron en la trágica masacre de la Escuela Santa María de Iquique, el 21 de diciembre de 1907, constituyeron unos de los hitos más emblemáticos del movimiento obrero chileno. La mediación del gobierno durante la huelga, su masividad y su fatal desenlace, le dieron una especial connotación al conflicto, además de afectar profundamente la actividad salitrera y de provocar un fuerte impacto en la época, reflejado en la extraordinaria difusión de los acontecimientos en la prensa.
Aunque el movimiento obrero ya se había visto afectado por otros conflictos que culminaron en sangrientos incidentes como la huelga portuaria de Valparaíso en 1903 y la huelga de la carne en 1905, la singularidad que revistieron los hechos de 1907 le otorgó una relevancia que no tiene equivalencia. Este suceso se convirtió en un símbolo de la lucha social y del “martirio” que caracterizó a la historia popular del siglo XX, además ser un referente para muchos intelectuales y artistas que lo transformaron en tema de estudio y de expresión estética que contribuyeron a preservar la cultura obrera en la memoria colectiva del país.
Pese a que desde principios de 1907, Iquique se encontraba convulsionado por una serie de conflictos debido a la fuerte devaluación del peso y la consiguiente alza de precios, la huelga salitrera propiamente tal, estalló el 10 de diciembre en la oficina San Lorenzo, extendiéndose rápidamente a todo el cantón de San Antonio. Cinco días después, una columna de más de dos mil obreros caminó a Iquique en demanda de mejoras salariales y laborales, bajo la firme decisión de permanecer allí hasta que las compañías salitreras dieran respuesta a sus peticiones. Con el correr de los días la situación se agravó. Mientras que numerosos gremios de Iquique se sumaron al movimiento huelguístico, todos los cantones salitreros se plegaron al paro y, periódicamente, nuevos contingentes de mineros llegaban a la ciudad. Según estimaciones de la época, las cifras de huelguistas oscilaban entre 15 mil a 23 mil personas, lo que implicó que tanto las actividades del puerto, como la producción minera de toda la región, quedaran paralizadas por completo.
El rechazo de las compañías a negociar mientras no se reanudaran las labores, hizo que intervención estatal fuera confrontacional. El ministro del Interior Rafael Sotomayor ordenó restringir las libertades de reunión e impedir por cualquier medio el arribo de nuevos huelguistas a Iquique y el intendente Carlos Eastman decretó restricciones a la libertad de tránsito y ordenó a los huelguistas a abandonar la ciudad el 21 de diciembre, amenanzando con aplicar la fuerza si era necesario. Para entonces, el puerto ya se hallaba resguardado por una numerosa tropa de línea y tres buques de guerra.
Ante la negativa de los huelguistas a desalojar la Escuela Santa María, en donde permanecían desde hacía una semana, el 21 de diciembre el general Roberto Silva Renard ordenó a sus tropas hacer fuego en contra de la multitud. Según testigos, más de 200 cadáveres quedaron tendidos en la Plaza Montt y entre 200 y 400 heridos fueron trasladados a hospitales, de los cuales más de noventa murieron esa misma noche. Los sobrevivientes fueron enviados de regreso a las oficinas o embarcados a Valparaíso.
Las consecuencias de la masacre no se hicieron esperar. La notoriedad pública que alcanzaron los hechos logró conmover a varios intelectuales y políticos, convenciéndolos de la necesidad de abrir el debate sobre la cuestión social, mientras los sectores populares organizados reformularon sus propias estrategias a la luz de las enseñanzas que extrajeron de la tragedia.
Marchas del hambre en Santiago
La crisis de la industria salitrera ocasionada por el fin de la Gran Guerra Europea provocó una seria crisis económica en Chile que de inmediato gatilló nuevas movilizaciones populares.
Gran huelga en Magallanes
El movimiento obrero magallánico se conformó en torno a la industria de la carne y los astilleros que operaban en Punta Arenas y cuyo desarrollo estuvo vinculado al importante tráfico naviero a través del Estrecho de Magallanes. La apertura del Canal de Panamá (1914) provocó la crisis de dichas industrias con la consiguiente reacción de los trabajadores, muchos de los cuales perdieron sus empleos o vieron mermadas sus condiciones laborales.